Mirándola así, a través del lente de mi cámara fotográfica, siento su piel sin tocarla, su calido sabor en mi lengua, sin probarla. Es cierto, está lejana, aunque esté a unos pasos de mí. Sólo cumple con su trabajo: ser bella, y dejar que la cámara capture cada uno de sus magníficos ángulos; que con cada flash que disparo pueda robar algo de esa hermosura casi etérea para conservarla para mí. Luce altiva, arrogante, sabiéndose dueña de todas las miradas. No creo que tenga certeza de que yo soy otro más de los enajenados que hacen parte de su larga lista de admiradores. Ahora me enfoco en sus ojos, dos hermosas entradas a la perdición sin remedio. Quisiera que me miraran a mí, no a la cámara. De las tres veces que ha venido a mi estudio, nunca ha mirado directo a los míos. Para ella sólo soy un simple fotógrafo, el medio a través del cual hace soñar a miles cuando ven su imagen plasmada en revistas y periódicos. ...