Cuando iba caminando por la calle esa fría mañana, Roberto se dio cuenta que se le había quedado la billetera en la casa. Rápidamente se devolvió corriendo. Ahora iba a perder más tiempo, se dijo. Al llegar buscó las llaves en su bolsillo, pero no estaban. Debió haberlas dejado junto a la billetera, pensó molesto. Golpeó repetidamente la puerta para que Adriana, su esposa, le abriera. Al rato vio que una mujer de aspecto soñoliento se asomaba por la ventana, luego la abrió y le preguntó: -¿Qué desea? -Adriana, ¿me abres? Se me quedó la billetera. -¿Disculpe? – parecía sorprendida. -Que me abras, necesito mi billetera. -Lo siento, debe estar confundido, yo a usted no lo conozco. -Vamos, Adriana déjate de bromas, que tengo afán. -¿Sabe qué? Deje la broma usted y deje dormir – exclamó, cerrando la ventana. Enfurecido, Roberto empezó a golpear con más fuerza la puerta. ¿Qué le pasaba a esta mujer? - ¡Oiga!, ¿q...