Cuando iba caminando por la calle esa fría mañana, Roberto se dio cuenta que se le había quedado la billetera en la casa. Rápidamente se devolvió corriendo. Ahora iba a perder más tiempo, se dijo. Al llegar buscó las llaves en su bolsillo, pero no estaban. Debió haberlas dejado junto a la billetera, pensó molesto. Golpeó repetidamente la puerta para que Adriana, su esposa, le abriera. Al rato vio que una mujer de aspecto soñoliento se asomaba por la ventana, luego la abrió y le preguntó:
-¿Qué desea?
-Adriana, ¿me abres? Se me quedó la billetera.
-¿Disculpe? – parecía sorprendida.
-Que me abras, necesito mi billetera.
-Lo siento, debe estar confundido, yo a usted no lo conozco.
-Vamos, Adriana déjate de bromas, que tengo afán.
-¿Sabe qué? Deje la broma usted y deje dormir – exclamó, cerrando la ventana.
Enfurecido, Roberto empezó a golpear con más fuerza la puerta. ¿Qué le pasaba a esta mujer?
- ¡Oiga!, ¿qué es lo que quiere? – le increpó la mujer abriendo otra vez la ventana.
-Adriana, ya que no quieres que entre, por lo menos pásame la billetera.
-No sé de qué habla usted, señor. ¡Será mejor que se vaya! - gritó
-Adriana, soy yo, Roberto, tu marido. Deja el jueguito.
-Mire, ni me llamo Adriana, ni tengo marido, así que lárguese.
-Pero, qué es lo que estás diciendo, tenemos cinco años de casados.
-¡Como no se vaya de aquí voy a llamar a la policía! – exclamó, furiosa.
De repente, una ruidosa ambulancia se detuvo frente a la casa, y de ella bajaron dos fornidos hombres vestidos de blanco. Uno de ellos sujetó a Roberto con ambos brazos y lo metió a la fuerza en el vehículo, mientras éste gritaba sin parar el nombre de Adriana. El otro hombre se acercó hacía la mujer y le dijo:
-Por favor, discúlpenos, en un descuido este paciente se nos escapó del pabellón psiquiátrico. No volverá a ocurrir.
Cuando la ambulancia se fue, la mujer cerró con fuerza la ventana. Lentamente, se dirigió a su cuarto y abrió el armario, cogió la última fotografía de Roberto que todavía guardaba y la tiró al cesto de la basura.
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