Reunidas en la cima más elevada bajo el cielo infinito, y bañadas por una fantasmal luz de luna, tres hermanas debatían acaloradamente cuál era, en última instancia, la recompensa a su peculiar y laborioso trabajo. Sus voces firmes, acompañadas de un hálito de otros tiempos, llegaban cada vez más lejos, más arriba de los brillantes astros, donde sólo los sempiternos podían escucharlas. —No sé por qué son tan desagradecidas, por lo menos tenemos en qué ocupar nuestras monótonas vidas. — dijo una, mientras hilaba una larga y delgada hebra de lana en una rueca. —Monótona. No me gusta esa palabra, suena raro. — exclamó, otra de ellas, tratando de medir dicha hebra con una vara. —Tú y tu manía con las palabras. Estamos hablando de algo tan trascendental para nosotras y sales con eso. No hay derecho. — replicó, la mayor de las hermanas, severamente. —Trascendental. Esa me parece… más o menos. —Y dale con lo mismo. Por qué más bien no termin...