El estrépito del jarró n al romperse pareció remover toda la casa hasta los cimientos. No sabía por qué había sonado tan fuerte. Ahora su madre la castigaría. No quería que lo hiciera. Casi siempre era con unos fuertes correazos que le dejaban las piernas todas moradas. Debía esconderse. Era lo único que podía hacer. ¡Ofelia! La escuchó gritar su nombre desde la cocina. Rápidamente, subió las escaleras y entró en su habitación. Su madre seguía gritando. ¡Cuantas veces te he dicho que no juegues dentro de la casa! Eres una niña malcriada. Ya verás cuando te agarre. Oyó sus pasos subiendo por las escaleras y se asustó. Quiso meterse dentro del armario. Pero lo pensó mejor. No le gustaba ese armario. Era enorme y sombrío, como un ogro de pesadilla. Además por las noches se sentían ruidos extraños salir de ahí. Y no eran ratas. En esta casa no había ni cucarachas. Todos esos bichos le te...