Su sombra acartonada era mucho más humana que él mismo, hasta tenía aquel brillo especial de su sonrisa; algo que ya parecía un gesto olvidado, relegado al más oscuro recoveco de su mente. Caminaba como un autómata por una de las lúgubres calles de aquella ciudad desahuciada, sin importarle la tenue llovizna que caía, lo que ya era una húmeda costumbre nocturna. Eran más de la diez de la noche, y el ansía agobiante que palpitaba en sus entrañas comenzaba a reclamar por lo suyo. ¿Por qué?, se preguntó con una mezcla de terror y placer, ¿por qué su destino era aquel? ¿Por qué debía soportar aquella necesidad insaciable, esa búsqueda asfixiante de una paz interior que no podía alcanzar? Un sudor pegajoso comenzó a empaparle la frente, la sangre galopaba enloquecida por sus venas y un imperativo clamor salía por cada uno de sus poros. Necesitaba a alguien, necesitaba la tibia cercanía de un ser humano, deseaba sentir el latir ...