Era una tarde fría y nublada cuando ellas llegaron al pueblo. La gente apostada en las esquinas y en el frente de sus casas no cesaba de mirarles. La mujer, de aspecto severo y andar altivo, hizo caso omiso de los crecientes murmullos y halaba de la mano con firmeza a su hija de doce años. Aquella niña de belleza indescriptible era la que más llamaba la atención, ya que llevaba enredada en sus brazos y torso la trenza más larga que jamás se hubiera visto. Era una especie de serpiente hecha de cabello oscuro que la doblaba en estatura y por eso debía llevarla alrededor de su cuerpo para no arrastrarla por el suelo. Madre e hija se dirigieron con presteza a la única hostería que existía, seguidas por las miradas escrutadoras de los curiosos. El hostelero les ofreció la única habitación disponible, la que estaba en el segundo piso, justo enfrente de la de él. La mujer le dijo que solo estarían tres días y le pagó por adelantado. -No quisiera...