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El Paseo

Luís, Gloria y Juan, tres amigos universitarios salieron de camping a las afueras de la ciudad.  Pensaron que hacía un magnifico día soleado, ideal para caminar por el bosque y entrar en contacto con la naturaleza.  Después de andar un buen rato en medio de la maleza y los altos árboles, encontraron un claro que estaba perfecto para armar la carpa.  Luís, alegando que no tenía idea de armar una carpa, decidió dar una caminata por los alrededores.  Se fue sin prestar atención a los reclamos y burlas de sus dos amigos. 
Luego de avanzar un buen trecho, parecía que habían transcurrido horas, descubrió que por ahí pasaba un riachuelo.  Qué bueno, dijo para sí, pensando en refrescarse un poco.  Se sentó en una de las rocas que estaban en la orilla y metió las manos en el agua cristalina.  Estaba fría, la temperatura indicada para el calor que estaba haciendo. Sentía que la cabeza le daba vueltas, la piel le ardía y un cansancio agobiante lo agobiaba; debió haberse insolado, pensó.   Con placer se mojó la cara y el cuello y hasta tomó un sorbo.  De pronto, se dio cuenta que una mancha de color rojo iba siguiendo el curso de la corriente.  Sobresaltado se puso de pie.  Aquello parecía ser sangre.  Comenzó a caminar por la orilla buscando el origen de la misma.  A medida que avanzaba, el agua se tornaba de un rojo más oscuro.  En esa parte del riachuelo, éste pasaba debajo de un viejo puente lleno de vegetación y ramas secas que se enredaban en la corriente.  Justo allí, medio escondido, estaba lo que Luís nunca pensó encontrar en su vida.  Aterrado, vio el cuerpo de una mujer.  Se acercó más, entrando en el agua para ver mejor, y observó que tenía un corte profundo en el cuello, del cual salía mucha sangre.  Con pánico, comprendió que acababa de ser asesinada y que su verdugo aún debía estar por ahí.  No sabía el por qué, pero aquella mujer le parecía familiar.  El pelo se le erizó al ver que algo se movía detrás de las ramas secas donde estaba el cadáver.  Creyó ver como una oscura silueta emergía blandiendo un gran cuchillo en su mano.  Mientras corría como un loco en medio de aquel hermoso bosque, la tarde ya se avecinaba. De repente, se encontró con alguien, quizás su perseguidor; la ansiedad y la paranoia lo cegaban al punto de no saber a quien se enfrentaba.  Luchó, peleó con todas sus fuerzas. Después de un angustioso forcejeo se escuchó un grito de dolor.  Su víctima cayó al suelo agonizante.  Tratando de recuperar el aliento pudo darse cuenta de quién se trataba.  Era Juan, su amigo, quien con las manos al cuello trataba de impedir infructuosamente que la vida se le escapara por la brecha abierta en su yugular.  Con horror, Luis se percató que era él mismo quien llevaba en su mano derecha un enorme y sangrante cuchillo.

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