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Mostrando entradas de 2017

A escondidas

El estrépito del jarró n al romperse pareció remover toda la casa hasta los cimientos.  No sabía por qué había sonado tan fuerte.  Ahora su madre la castigaría.  No quería que lo hiciera.  Casi siempre era con unos fuertes correazos que le dejaban las piernas todas moradas.  Debía esconderse.  Era lo único que podía hacer. ¡Ofelia! La escuchó gritar su nombre desde la cocina.  Rápidamente, subió las escaleras y entró en su habitación.  Su madre seguía gritando. ¡Cuantas veces te he dicho que no juegues dentro de la casa! Eres una niña malcriada. Ya verás cuando te agarre.  Oyó sus pasos subiendo por las escaleras y se asustó.  Quiso meterse dentro del armario.  Pero lo pensó mejor.  No le gustaba ese armario.  Era enorme y sombrío, como un ogro de pesadilla.  Además por las noches se sentían ruidos extraños salir de ahí.  Y no eran ratas.  En esta casa no había ni cucarachas.  Todos esos bichos le te...

La mano. Un cuento de Guy de Maupassant

Estaban en círculo en torno al señor Bermutier, juez de instrucción, que daba su opinión sobre el misterioso suceso de Saint-Cloud. Desde hacía un mes, aquel inexplicable crimen conmovía a París. Nadie entendía nada del asunto. El señor Bermutier, de pie, de espaldas a la chimenea, hablaba, reunía las pruebas, discutía las distintas opiniones, pero no llegaba a ninguna conclusión. Varias mujeres se habían levantado para acercarse y permanecían de pie, con los ojos clavados en la boca afeitada del magistrado, de donde salían las graves palabras. Se estremecían, vibraban, crispadas por su miedo curioso, por la ansiosa e insaciable necesidad de espanto que atormentaba su alma; las torturaba como el hambre. Una de ellas, más pálida que las demás, dijo durante un silencio: -Es horrible. Esto roza lo sobrenatural. Nunca se sabrá nada. El magistrado se dio la vuelta hacia ella: -Sí, señora, es probable que no se sepa nunca nada. En cuanto a la palabra sobrenatural que acaba de em...

Avidez

La tranquilidad del bosque nocturno se vio interrumpida por una aparición abominable.  Su clamoroso rugido rasgó el silencio impasible, al tiempo que sus encendidos ojos buscaban cualquier presa para calmar aquel ansia que le removía las entrañas.  Cerca de ahí, la bestia pudo ver luz en una pequeña cabaña medio escondida entre los matorrales.  Con sigilo se acercó entre la oscuridad, acompañada del gruñir desesperado de sus tripas.  Observó a través del vidrio de la ventana que una chica joven, casi una niña, atizaba el fuego en la chimenea.  Salivó profusamente al imaginar aquella tierna carne entre sus dientes. La jovencita levantó la vista del fuego al escuchar que tocaban en la puerta.  Se acercó y preguntó que quién era, al no recibir respuesta trató de ver por la ventana, pero no alcanzó a distinguir cosa alguna.  De nuevo se escucharon los toquidos.  Ésta vez alguien dijo: “Abre.” La mirada de la chica cambió, algo brilló en su interior,...