Eran pasadas las siete de la noche, cuando la señora Eliss escuchó el chirrido del timbre. Algo en su interior se estremeció, pero en un instante se calmó y presurosa fue a abrir la puerta. Una sonriente joven apareció ante sus ojos, diciéndole que había venido por lo del aviso en el periódico. Amablemente, la hizo pasar, mirándola con cierto recelo. Cerró la puerta con lentitud, dándose cuenta que ya empezaba a llover. —Mi nombre es Silvia Rosales, enfermera profesional. Aquí tiene mi hoja de vida. Pasaron a la sala, mientras la señora Eliss hojeaba el documento y le lanzaba miradas furtivas a la joven, quien despreocupadamente se había sentado en uno de los muebles. —Está recién graduada —, reclamó la mujer—, necesito a alguien con experiencia. —Por casi dos años cuidé a mí madre, quien tenía una enfermedad terminal. Le aseguro que estoy perfectamente capacitada para el empleo. De repente, un quejido prolongado y lastimero interrumpió la convers...