No
me gusta esta nueva casa, aunque es muy espaciosa, con grandes ventanales que
dejan entrar la luz y el aire por todos sus rincones, hay algo en el ambiente
que no me acaba de convencer. Llevamos
más de un mes viviendo aquí, y la sensación de encierro, de opresión me hace
sentir casi claustrofóbica, lo cual es ilógico, porque la casa es bastante
grande. Consta de dos plantas, en la primera están la sala, el comedor, el
estudio, una cocina inmensa y un baño social.
Después de subir unas amplias escaleras se llega a la segunda planta, la
cual tiene cuatro habitaciones de espacios también muy generosos, cada una con
su respectivo baño, todas ellas tienen balcón, para tomar el sol en las mañanas
o simplemente pasar el rato. En pocas
palabras, es una mansión idílica que cualquiera envidiaría.
Sin
embargo, a veces me lleno de angustia.
No sé si serán cosas mías, pero es que el silencio en esta casa puede
ser asfixiante, demasiado denso; hay días que no se escucha un solo ruido. A parte de los que se originan del quehacer
cotidiano, todo el entorno es de un silencio avasallante. Estoy segura de que si me concentro y pongo
todo mi empeño podría escuchar el aleteo de las mariposas allá afuera en el
jardín. Y en otras ocasiones, ocurre
todo lo contrario, el ambiente se llena de mucho ruido, sonidos indescriptibles,
aterradores. Son inexplicables, como
aquella tarde en que todas escuchamos espantadas una especie de zumbido o
ronroneo darle vuelta a toda la casa, como rodeándola; la extraña situación
duro varios minutos, que nos parecieron eternos.
En
las noches las cosas tampoco mejoran, a las perturbadoras experiencias diurnas
se le suman las pesadillas horribles que todas tenemos, yo por ejemplo, sueño
con un rostro gigante que me habla y me susurra cosas, otras veces me grita.
Hasta creo que sufro de sonambulismo, porque ayer no amanecí en mi cuarto;
desperté, sorprendida, acostada en el baño y sin tener idea cómo había llegado
allí. Hasta he pensado que la casa
podría estar embrujada, ya que en
ocasiones tiembla repentinamente y las cosas siempre aparecen fuera de lugar,
como si algo las moviera. Mis hermanas
también están asustadas, ya no sabemos cómo manejar esta situación.
Hoy
volvió a temblar, toda la casa se estremeció, mientras aquellos sonidos
extraños, como gorjeos, volvieron con más fuerza hasta volverse gritos,
chillidos espantosos. En medio de aquel
sacudón telúrico, una parte del techo voló y con horror vimos cómo una de
nosotras era levantada del suelo por algo inexplicable y desaparecía ante
nuestros ojos. El sismo aumentó su fuerza, derribando paredes, volteando
muebles y destruyendo todo alrededor; quise gritar, pero no pude, solo alcance
a ver a una de mis hermanas salir expulsada por una ventana y a la otra siendo
aplastada por una vitrina, todo en medio de un caos ensordecedor. Yo, sintiendo
mi final, simplemente cerré los ojos.
Aquel
estrépito repentino sacó a la mujer de su interesante lectura, con desgano
soltó el libro y fue a la habitación contigua, de donde había venido el
estruendo. Sintió una mezcla de rabia y resignación al ver a su hijo de seis
años en medio de los restos desbaratados de lo que significó para ella meses de
trabajo y paciencia.
─¡No, nene! Te dije
que no jugaras con mi casita de muñecas… Mira cómo la dejaste
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