Nací con la incertidumbre abrazada a mis pies. No sé si debería decir nací, pues en mi caso el significado de esa palabra en sí misma no sería la más adecuada. O mejor debo decir aparecí. No. Mejor dejémoslo así, unas líneas más abajo usted sabrá el por qué, y cuando digo usted me refiero a usted, el que está leyendo esto. El hecho de no tener control sobre mis propios actos, sobre mi vida (no sé si esto sea vida), me desequilibra totalmente. Es más, hasta cierto punto, noto que mis sentimientos no son del todo míos, la mayor parte pertenecen al que escribe estas palabras. Sí. A ese, al manipulador de ideas y pensamientos, al que juega con mi existencia y me hace cometer actos que no quiero hacer. Sí, porque en el fondo muchas veces no estoy de acuerdo con él. Reconozco que hay algo de originalidad en su forma de escribir, pero eso no le quita la indolencia ni la frialdad con que resuelve hechos que a veces se le salen de las manos; donde quita y pone a otros como yo sin razón alguna. Por ejemplo, sé (y esa es una de las ventajas de vivir dentro de su mente en esta historia) que en algún momento voy a tener que asesinar a una mujer; todavía no se cómo ni por qué, es más, ni él mismo lo sabe aún (le falta concretar la macabra idea). Si tengo suerte a lo mejor no la concreta nunca o se le ocurre otra cosa, ojala así sea, porque no quiero matar a nadie. No sé en qué irá a parar todo esto, ni cuál será el desenlace (si es que lo hay). Lo único cierto es que me siento acorralado, atrapado en este mundo de ficción; existiendo a la merced de él, un aprendiz de escritor que no sabe qué hacer conmigo. Aunque, en cierta forma, esa es una manera de castigarlo, el pobre no ha podido darme una razón de ser, una finalidad. En este momento, cree que ya no debo matar a aquella mujer, ahora la mujer debe asesinarme y quedarse con toda mi fortuna. Qué bien, ahora resulta que soy rico. Definitivamente, está perdido, y mientras no consiga concretar la idea, yo me mantendré ahí, acuciándolo, dando vueltas en su cabeza; recordándole que el oficio de escribir no es tan fácil, que los personajes merecemos respeto. ¿O usted qué piensa amigo lector? Porque después de haber leído hasta aquí por donde lleva su lectura, ya somos amigos, ya debe estar de mi parte. Sin embargo, viéndolo bien, ustedes los lectores son cómplices de él. Sí, usted es su cómplice. Usted está allí muy cómodo sentado leyendo esto, quizás sonriendo, o pensando que él debería acabar conmigo de una vez, que aquella mujer de unas líneas más arriba me mate ya. Sí. Usted, amigo lector de mente crítica; aunque usted piense que a él todavía le falta mucho como escritor, de todas formas usted estará de su lado. Porque él es un creador y yo soy sólo una herramienta, un personaje de quita y pon; un ser imaginario que sólo vive entre letras, puntos y comas. Pero aunque él me desaparezca de la historia que aún no concreta, yo todavía seguiré existiendo en el pensamiento de usted, señor lector. Algunas horas después de leer hasta el punto final de este relato, usted me recordará. Y es posible que cuando se vaya a dormir esta noche yo esté ahí esperándolo dentro de su mente crítica.
Había una vez un hombre que poseía un gran hato de vacas. Cuidaba de este un pastor que tenía la reputación de decir siempre la verdad. Un día que el pastor bajó de la montaña, el patrón le preguntó: -¿Cómo siguen las vacas? -Unas rollizas y otras flacas. -¿Y el semental? -Gordo y espléndido. -¿Y los pastos? -Verdes por unos lados y secos por otros. -¿Y el agua de los arroyos? -Turbia aquí, limpia allá. Un día el propietario se dirigía al pastizal. Por el camino encontró a uno de sus amigos que también iba a ver su rebaño. -¿Por qué llaman a tu vaquero «el hombre que no miente jamás»? -Porque no ha dicho jamás una mentira. -Yo lo haré decir una. -Eso es imposible. -¿Qué te apuestas? -La mitad de nuestras fincas. -Trato hecho. El amigo del patrón empleó todos los medios posibles para hacer mentir al vaquero. Un día fue a cazar a un lu...
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