El hombre, con sigilo, se asomó a la entrada de aquella rustica casucha. La puerta estaba entreabierta. Al interior pudo ver a una mujer alimentando el fuego de un viejo atanor. Le pareció muy joven para tener las increíbles dotes que muchos alegaban que tenía. Entra de una vez, le espetó ella. Sorprendido de que se hubiera dado cuenta de su presencia, obedeció. ¿Es cierto lo que dicen de ti?, le preguntó con voz temblorosa. Ella le respondió mirándolo con ojos de serpiente a punto de atacar. Él, tragando saliva, sólo se llevó la mano al bolsillo y sacó cinco monedas de cobre mostrándoselas a la enigmática mujer. Ésta, esbozó algo parecido a una sonrisa. Ya entiendo lo que quieres, le dijo y cogió las monedas. Con pasos ligeros se acercó a una apolillada mesa y las puso en una pequeña vasija de arcilla. Luego, de un caldero sacó con un cucharón cierta cantidad de un líquido amarillento y lo vertió dentro de la vasija. Acércate, dijo la mujer. El hombre dudó, pero lo hizo. Permíteme tu mano izquierda. Éste, con recelo, obedeció. Ella, tomó la mano con la palma hacia arriba. De la nada, sacó una afilada navaja y con rapidez hizo un corte por toda la línea de la vida. Aquel pobre incauto gritó de dolor, mientras la mujer exprimía hasta la última gota de sangre sobre la vasija. Después soltó la mano del hombre, cogió la vasija y la metió al atanor. Al rato, el asustado cliente comenzó a retorcerse, esforzándose por respirar, quería gritar pero no podía. Se llevó las manos al cuello y en un último estertor cayó al piso como fulminado por un rayo. La mujer se inclinó sobre el cadáver, le desnudó el torso, y con un enorme cuchillo hizo un corte profundo en el pecho. Luego, con fuerza sobrehumana, separó piel, músculos y huesos, hasta dar con lo que buscaba con tanta ansiedad. Ahí, en medio de la sangre más oscura, brillaba con intensidad un resplandeciente corazón de oro. Con avidez, lo sacó sin esfuerzo alguno; lo limpió y lo mimó como si fuera un recién nacido. Se acercó al viejo baúl donde guardaba sus pertenencias más preciadas, lo abrió y puso su nueva adquisición junto a los otros seis corazones de oro que ya poseía.
Cuento publicado en la Revista Digital miNatura No.125
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