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Mostrando entradas de 2015

El vaquero que no mentía jamás. Un cuento de Alfred de Musset

Había una vez un hombre que poseía un gran hato de vacas. Cuidaba de este un pastor que tenía la reputación de decir siempre la verdad. Un día que el pastor bajó de la montaña, el patrón le preguntó:   -¿Cómo siguen las vacas?  -Unas rollizas y otras flacas.  -¿Y el semental?  -Gordo y espléndido.  -¿Y los pastos?  -Verdes por unos lados y secos por otros.  -¿Y el agua de los arroyos?  -Turbia aquí, limpia allá.  Un día el propietario se dirigía al pastizal. Por el camino encontró a uno de sus amigos que también iba a ver su rebaño.  -¿Por qué llaman a tu vaquero «el hombre que no miente jamás»?  -Porque no ha dicho jamás una mentira.  -Yo lo haré decir una.  -Eso es imposible.  -¿Qué te apuestas?  -La mitad de nuestras fincas.  -Trato hecho.  El amigo del patrón empleó todos los medios posibles para hacer mentir al vaquero. Un día fue a cazar a un lu...

Las tr3s

Reunidas en la cima más elevada bajo el cielo infinito, y bañadas por una fantasmal luz de luna, tres hermanas debatían acaloradamente cuál era, en última instancia, la recompensa a su peculiar y laborioso trabajo.   Sus voces firmes, acompañadas de un hálito de otros tiempos, llegaban cada vez más lejos, más arriba de los brillantes astros, donde sólo los sempiternos podían escucharlas. —No sé por qué son tan desagradecidas, por lo menos tenemos en qué ocupar nuestras monótonas vidas. — dijo una, mientras hilaba una larga y delgada hebra de lana en una rueca. —Monótona.   No me gusta esa palabra, suena raro. — exclamó, otra de ellas, tratando de medir dicha hebra con una vara. —Tú y tu manía con las palabras.   Estamos hablando de algo tan trascendental para nosotras y sales con eso. No hay derecho. — replicó, la mayor de las hermanas, severamente. —Trascendental.   Esa me parece… más o menos. —Y dale con lo mismo.   Por qué más bien no termin...

El nido de jilgueros. Un cuento de Jules Renard

En una rama ahorquillada de nuestro cerezo había un nido de jilgueros bonito de ver, redondo, perfecto, de crines por fuera y de plumón por dentro, donde cuatro polluelos acababan de nacer. Le dije a mi padre: -Me gustaría cogerlos para domesticarlos. Mi padre me había explicado con frecuencia que es un crimen meter a los pájaros en una jaula. Pero, en esta ocasión, cansado sin duda de repetir lo mismo, no encontró nada que responderme. Unos días más tarde le dije de nuevo: -Si quiero, será fácil. En un primer momento pondré el nido en una jaula, colgaré la jaula en el cerezo y la madre alimentará a sus polluelos a través de los barrotes hasta que ya no la necesiten. Mi padre no me dijo qué pensaba de este sistema. Por lo tanto instalé el nido en una jaula, colgué la jaula en el cerezo, y lo que había previsto sucedió: los padres jilgueros, sin vacilar, traían a los pequeños sus picos llenos de orugas. Y mi padre, divertido como yo, observaba de lejos el ir y venir de los pájar...

Al final

Debí haberme ido con todos.   Sólo alguno que otro habitante del pueblo seguía en él.   Los gritos de terror ahí afuera me lo confirmaban.   Varias explosiones, seguidas de disparos, adornaban aquella noche de pesadilla. No había luz eléctrica, y para rematar había empezado a llover.   El calor acostumbrado, ahora se haría más agobiante.   Rodeado de   tinieblas, me incorporé en la cama, me levanté y abrí un poco la ventana. Una brisa olorosa a lluvia me refrescó por un instante. Dejaría la ventana así, el calor era demasiado.   Ya me importaba un carajo que se dieran cuenta que aún estaba aquí, en mi casa.   No tenía sentido huir o esconderse.   Ya estaba muy cansado.   Si querían apoderarse del pueblo y matarnos a todos, pues que lo hicieran.   Tarde o temprano eso iba a ocurrir.   Bostecé largamente, tratando de recordar el extraño sueño que había tenido. Fue muy raro, yo iba como volando, como impulsado por una fuerza in...