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Entradas

Liberación. Parte 1

Su sombra acartonada era mucho más humana que él mismo, hasta tenía aquel brillo especial de su  sonrisa; algo que ya parecía un gesto olvidado, relegado al más oscuro recoveco de su mente.   Caminaba como un autómata por una de las lúgubres calles de aquella ciudad desahuciada, sin  importarle la tenue llovizna que caía, lo que ya era una húmeda costumbre nocturna.   Eran más de la  diez de la noche, y el ansía agobiante que palpitaba en sus entrañas comenzaba a reclamar por lo suyo.    ¿Por qué?, se preguntó con una mezcla de terror y placer, ¿por qué su destino era aquel? ¿Por qué debía  soportar aquella necesidad insaciable, esa búsqueda asfixiante de una paz interior que no podía  alcanzar? Un sudor pegajoso comenzó a empaparle la frente, la sangre galopaba enloquecida por sus venas y un imperativo clamor salía por cada uno de sus poros.  Necesitaba a alguien, necesitaba la tibia cercanía de un ser humano, deseaba sentir el latir ...
Entradas recientes

Mientras el auto espera. Un cuento de O. Henry

A principios de primavera la joven vestida de gris volvió, como de costumbre, al quieto rincón del pequeño y silencioso parque. Se sentó sobre un banco y comenzó a leer un libro, porque faltaba media hora para lo que ella sabía. Repitámoslo: vestía de gris. Y tan sencillo que así lograba ocultar su impecabilidad de estilo y corte. Un amplio velo semiocultaba su sombrero en forma de turbante, y su rostro, que irradiaba una serena y no buscada belleza. Había ido allí los dos días anteriores, y había una persona que no lo ignoraba. El joven que no lo ignoraba se acercaba allí ofreciendo mentales sacrificios en el ara de la suerte. Y su piedad fue recompensada porque, al volver la mujer una página, el libro se le deslizó de las manos y cayó al suelo, a un paso de distancia del banco. El hombre lo recogió con instantánea avidez y lo devolvió a su propietaria con galantería y esperanza. Con placentera voz, aventuró un comentario sobre el tiempo -ese manido tema que ha causado tantas infe...

La visita

Sólo al bajarse del taxi que lo traía de nuevo al pueblo que lo vio nacer, con el único objetivo de visitar a su abuelo, Ernesto pudo darse cuenta del hermoso paisaje que rodeaba la cabaña donde vivía el viejo.   La suave brisa de la ribera del río acariciaba sin cesar las copas de los árboles.   El calido sol de la mañana cubría la majestuosidad de la montaña a cuya falda algunos habitantes habían construido sus casas para alejarse de la creciente algarabía del pueblo.   Al llegar a la casa de su abuelo, se asomó por una de las pequeñas ventanas que daban a la sala y no vio a nadie.   Decidió ir a la parte de atrás de la casa.   Esperaba encontrar la puerta abierta, como acostumbraba dejarla el anciano.   Y así la encontró.   Lentamente, entró a la cocina y se detuvo un momento al ver la alacena que de niño solía asaltar para llevarse uno de los frascos de vidrio llenos de miel que su abuelo guardaba con recelo.   Sonrió con nostalgia al verla ...

La ofrenda

Eran pasadas las siete de la noche, cuando la señora Eliss escuchó el chirrido del timbre.   Algo en su interior se estremeció, pero en un instante se calmó y presurosa fue a abrir la puerta. Una sonriente joven apareció ante sus ojos, diciéndole que había venido por lo del aviso en el periódico. Amablemente, la hizo pasar, mirándola con cierto recelo.   Cerró la puerta con lentitud, dándose cuenta que ya empezaba a llover. —Mi nombre es Silvia Rosales, enfermera profesional. Aquí tiene mi hoja de vida. Pasaron a la sala, mientras la señora Eliss hojeaba el documento y le lanzaba miradas furtivas a la joven, quien despreocupadamente se había sentado en uno de los muebles. —Está recién graduada   —, reclamó la mujer—, necesito a alguien con experiencia. —Por casi dos años cuidé a mí madre, quien tenía una enfermedad terminal.   Le aseguro que estoy perfectamente capacitada para el empleo. De repente, un quejido prolongado y lastimero interrumpió la convers...

La casa que grita

No me gusta esta nueva casa, aunque es muy espaciosa, con grandes ventanales que dejan entrar la luz y el aire por todos sus rincones, hay algo en el ambiente que no me acaba de convencer.  Llevamos más de un mes viviendo aquí, y la sensación de encierro, de opresión me hace sentir casi claustrofóbica, lo cual es ilógico, porque la casa es bastante grande. Consta de dos plantas, en la primera están la sala, el comedor, el estudio, una cocina inmensa y un baño social.  Después de subir unas amplias escaleras se llega a la segunda planta, la cual tiene cuatro habitaciones de espacios también muy generosos, cada una con su respectivo baño, todas ellas tienen balcón, para tomar el sol en las mañanas o simplemente pasar el rato.  En pocas palabras, es una mansión idílica que cualquiera envidiaría. Sin embargo, a veces me lleno de angustia.  No sé si serán cosas mías, pero es que el silencio en esta casa puede ser asfixiante, demasiado denso; hay días que no se escucha ...

El designio

Un oscuro presagio le quitó el sueño a Libia, era como una bruma siniestra que se enredaba en su cerebro, invadiéndolo por completo. Aquel súbito despertar la llenó de incertidumbre.   Ya eran varios los días que llevaba así, agobiada por tanta angustia, que le interrumpía el sueño constantemente. Empezaba a pensar que ese pesimismo que la asediaba traería alguna consecuencia.   Se reprochó su acostumbrada tendencia a la fatalidad y se santiguó. Miró hacia la cama donde dormía Julia, su hija de doce años.   Estaba vacía.   Extrañada, se levantó con rapidez.   La niña no tenía clases hoy, no necesitaba madrugar.   Miró su reloj de pulsera.   Eran las seis y media.   Se percató que la puerta de atrás, la que daba al patio, se encontraba abierta. Afuera se escuchaba un ligero rumor de hojas secas.   El viento silbaba lúgubre, estremeciendo el techo de hojas de zinc.   Fue a asomarse, y ahí la vio.   Estaba bajo el palo de mango. ...

A escondidas

El estrépito del jarró n al romperse pareció remover toda la casa hasta los cimientos.  No sabía por qué había sonado tan fuerte.  Ahora su madre la castigaría.  No quería que lo hiciera.  Casi siempre era con unos fuertes correazos que le dejaban las piernas todas moradas.  Debía esconderse.  Era lo único que podía hacer. ¡Ofelia! La escuchó gritar su nombre desde la cocina.  Rápidamente, subió las escaleras y entró en su habitación.  Su madre seguía gritando. ¡Cuantas veces te he dicho que no juegues dentro de la casa! Eres una niña malcriada. Ya verás cuando te agarre.  Oyó sus pasos subiendo por las escaleras y se asustó.  Quiso meterse dentro del armario.  Pero lo pensó mejor.  No le gustaba ese armario.  Era enorme y sombrío, como un ogro de pesadilla.  Además por las noches se sentían ruidos extraños salir de ahí.  Y no eran ratas.  En esta casa no había ni cucarachas.  Todos esos bichos le te...